Antes de doblar en el cargadero de los
Moreno, vio que en la casa de don Zurita estaba el pizarrón que indicaba que
había sábalos. Se tiró a la banquina, dejó la chata y a Willie ahí y cruzó la
ruta a pie.
-Ese Doctorcito cómo anda.-Le dijo el
viejo flaco y de cuero curtido que estaba sentado a la sombra de la morera, aventándose con una pantalla de totora, mientras escuchaba sin escuchar a los
Wuachiturros, que sonaban 24 horas al día en la radio del pueblo.
esta noche los cumbieros
levanten los brazos
los Wuachiturros tiren pasos
esta noche los cumbieros
levanten los brazos
los Wuachiturros tiren pasos
levanten los brazos
los Wuachiturros tiren pasos
esta noche los cumbieros
levanten los brazos
los Wuachiturros tiren pasos
-Mal pero acostumbrado don Zurita, ¿usted
que tal?
-Acá andamos tirando nomás, ¿Qué le va a
llevar pescado para Salvatierra?
-Chupe el pingo el sordo ese, a los
sábalos me los como yo solo.
-Mas vale, el desgraciado ese come como un
animal.-Le indicó una silla vacía que estaba a su lado.-Sientesé doctor, cebesé
un mate.
Todo el mundo viene cansado, por eso se
ofrece una silla y agua o mate, nadie esta nunca tan apurado en el campo como
para despreciar descanso y bebida. De ahí se conversa sin prisa, se necesita
entrar en confianza, es imperioso ubicar al interlocutor en algún lado, ya sea
físico o con alguna persona. En el rodeo de preguntas y respuestas, se termina
teniendo algo en común: siempre un pariente que vive donde el otro vive, un
viaje que hizo a esos lados, la amistad con algún tío perdido entre los
recuerdos, el haber hecho la colimba en el mismo año que el padre… por ultimo,
cuando las patas dejaron de doler, la sed ya no está y la persona o el lugar
común es descubierto, se cuenta una anécdota de lo que los enlazó, que van
desde proezas sexuales y granizadas terribles, hasta historias
desgarradoramente tristes.
-Yo me acuerdo del Huguito cuando era
chango, una vuelta que era 9 de Julio y había locreada en la escuela de Los
Arroyo. Era la época de Bussi, y el General elegía así a dedo a cualquier guitudo
para que apadrine la escuela y a esa lo había mandado a don Elías, y el turco
le tenía miedo a los milicos, entonces se ponía sin rezongar. La cosa es que
había hecho esta locreada, que vieras.-Estiró las E.-Y gratis.-Se palmeó el
muslo famélico.
Los dos hombres ya se comenzaron a reír.
-Me lo imagino al Sordo ahí suelto.
-Peñita, le juro, le hemos contado las
platadas, ¡ocho se ha comido el infeliz!
El viejo recién se paró de su silla de
plástico y encaró al freezer que tenia debajo de un quincho con una pared de
adobe, al lado de la casita celeste donde vivía desde hacia decenas de años,
volvió al toque con dos pescados envueltos en papel de diario.