25/1/11

Instintos

-Tira despacio la puta madre.-Juan se quejaba mientras Roly intentaba sacarle el cinturón.-Pará boludo hay una cortaplumas en la guantera.
La sangre y el olor a pólvora del airbag ponían con los instintos a flor de piel al sub comisario, e intentaba salvar como sea a su compadre, quien estaba sangrado apretado entre el volante, el parabrisas, el asiento y el piso. El Bora había absorbido tan bien el impacto con la falda del cerro que el motor ya casi no existía, la puerta de Juan estaba trabada por el choque y el cinturón de seguridad no lo dejaba salir por la ventanilla.
-¿Esta es?-Mamaní le mostró la Victorinox Soldier 09, que Peña guardaba en lo que quedaba de la guantera.
-Si culiao, cortalo pal’ pingo a esta cosa.
El filo dentado de la hoja Trekker cortó como manteca al gris pedazo de tela y Peña respiró un poco mejor, pero su cabeza seguía sangrando y la pierna derecha no le dolía tanto desde que se había ezguinsado de una sola vez la rodilla y el tobillo.
-Me debo haber destrozado los ligamentos.-Pensó.
Roly trató con todas sus fuerzas sacarlo por la ventanilla, pero el peso era mucho y el guardia del country que lo había ayudado a salir a él estaba dentro de su garita llamando al 112.
-Quedate tranquilo compadre, no es nada.-Trataba de calmarlo Juan a Roly, que iba y venia cruzando la ruta.
-Estas sangrando mucho pendejo, te vas a desmayar, trata de no desmayarte.-Le hablaba al oído y le acariciaba el pelo cubierto con sangre. Estaba muy cortado y golpeado, el policía sabía que los golpes en la cabeza por más chicos que sean hacen que la gente pierda el conocimiento.
-Hablala a la Hernández, decile que ha pasado, dice el marido que esta cagada.-Juan comenzaba a dar pestañadas mas lentas.
-A esa cajetuda le voy a meter un cohetazo el medio del marote hermanito.-Le limpió un poco la sangre con su pañuelo.-Seguíme hablando, Seguíme hablando.-Le insistía.
-¿Qué pingo querés que te diga?-Suspiró- Me duele la gamba.
-Si no la usas para nada puto, quedate tranquilo.
El seguridad del country volvió con una botella de agua, Roly puso la mano como una hoyita, volcó un poco y se la pasó por la cara a Peña.
-Hay que darle de comer al Willie Boliviano.
-Juan, tranquilo.-Roly vio como se desvanecía y apoyaba la cabeza contra el volante.-La concha de la lora se ha desmayado.-Dijo apoyando su mano en el cuello para controlar su pulso. La sirena de la ambulancia comenzaba a oírse.



Adolfoooooo

11/1/11

Costumbres

Otra vez las mañanas calientes, las veredas angostas, tan angostas que los colectivos te peinan con los retrovisores y los que andan en bicicleta te clavan los manubrios en el hígado. Ana estaba abitundose al bullicio, al calor, a la forma de hablar, a las tormentas nocturnas, al olor de los desagües, a la lentitud que tenía la gente para moverse, incluso al saludo del revistero de cerca del hotel. Soñó por un par de segundos hacer su vida en San Miguel de Tucumán, atender la joyería, que las nenas vallan al Santa Rosa, oler jazmines y azahares, comenzar a decir he ido en vez de fui, me he bajado en vez de bajé.
Le extrañó de sobremanera sus periódicos cuelgues, algo en el aire la hacia soñar, algo en el aire la ponía en ese estado onírico-conciente, que le dejaba cruzar calles sin que la atropellen, pero que la desviaba del porque estaba en Tucumán y no entrando a su oficina de Belgrano.
-La costumbre.-Dijo en voz alta caminando todavía por la 25, sin decidirse por ir al departamento de Arturo o al hotel a dormir. Sacudió la cabeza disimuladamente, suspiró y lo llamó a Juan.
-Juancito, Ana Koch te habla.
-Hola Ana cómo está.-Contestó al tercer tono el secretario.
-Bien, con algo de sueño.
-Ya somos dos, noche agitada.
-Ni me lo digas.-Suspiró, pensó en que estaba hablando demasiado lento, pero no le importó.
-Justo estaba por leer el testimonio de Marcela Romano, la empleada del señor Koch.
-Ah.-Se limitó a responder, seguía el sueño, seguía el cuelgue, se sintió distante de todos, hasta de ella misma.
-¿Está bien Ana?-Preguntó preocupado Juan.
Movió otra vez la cabeza, inhalo profundo, su cerebro le pedía aire para funcionar.
-Si, si, disculpá.-Hizo una pausa.-No se ni para que te llamo.
-Es la costumbre.
-Es lo que pensé.
-Si, no te conviene acostumbrarte Ana. Disculpá que te lo diga así.-Juan le pareció derrotado, el pendejo se le parecía, por eso lo llamó, quería escucharse a ella misma.
-Quiero irme al carajo.-Iba mirando detrás de sus anteojos de sol los naranjos de la Plaza Independencia, caminaba por la calle San Martín, sintiendo el vapor que levantaban las baldosas, secándose del chaparrón de la noche anterior.
-Yo ya te he dicho, no te lo tendría que haber dicho, y menos repetírtelo ahora.-Peña le hablaba al oído lento, con la voz grave, no susurrando, pero si bajo.
-Era mi papá, tengo que hacer esto.
-Yo tengo que hacer esto Ana, la Justicia tiene que hacerlo, vos tenès que seguir con tu vida mujer.-Tosió una vez aclarándose la voz.- Mirá, hoy es jueves, como a las ocho andá al frente de la Casa de Gobierno.
-¿Querés verme?
-No, quiero que mires la gente que va a estar ahí a esa hora, y que penses no en ellos, tampoco en los muertos.
-Voy a ir.-Se paró en la esquina de la Laprida y 24 de Septiembre, había caminado media cuadra más para cruzar por esa esquina. Miró de reojo la Catedral.-Si, quiero verlos.
-Me está entrando otra llamada, hablamos en un rato. Disculpá.
Ana no llegó a decir chau cuando su teléfono ya no la comunicaba con nadie.
-Tiene razón pensó, sabe de perdidas.
Sintió en las piernas, el fresco aire que salía por la puerta abierta de la farmacia por donde pasaba.


a acostumbrarse pero no del todo. QUE SALTES AL VACIo Y QUE NO VUELVAS NUNCA :D

10/1/11

Datos

El desayuno estaba servido: la taza de café con leche tapada con el plato para mantener el calor, ese día José había dejado dos tortillas cuadradas y bien leudadas, un plato chico con algo de manteca y mermelada de durazno, un vaso grande lleno de jugo de naranja y otro chico con soda, a su lado, en un canasto de escritorio, estaba la carpeta Espiral que contenía la declaración de Marcela Romano. Le dieron ganas de leerla antes de devorar su desayuno, pero sabía que iba a tener que comenzar a trabajar inmediatamente después de hacerlo, por eso decidió, sin mucho esfuerzo ni traumas, hacer las cosas a su ritmo, sin que le preocupara demasiado la victima, los querellantes, los términos…resumiendo, actuar como un funcionario judicial y no como un justiciero.
Como un reloj llegó José a recoger la vajilla justo cuando Juan terminaba la ultima tortilla leyendo La Gaceta on line.
-¿Nada nuevo doctor?
-Nada nuevo bajo el sol José querido.
El mozo se quedó un instante mas de lo habitual sin comenzar a levantar las cosas, Peña sospechó.
-Decime.-Deslizó suspirando Juan.
-Nada…-Dijo José pasando sus manos por la chaqueta bordó con un par de lamparones más oscuros.
-Dale José digamé.
José se puso algo tenso, indicó con los ojos y un ligero movimiento la puerta del despacho de la doctora Hernández.
-¿Qué pasa? No está.-Peña seguía desubicado.- ¿Te debe guita?
-No, han andado preguntando por ella.
-¿Quién?-Le prestó más atención, los mozos eran los mejores dateros de Tribunales, y José el mejor entre los mejores.
-Uno con pinta de cana, calzado estaba. Andaba con otro manyín.
-¿Usted le ha visto el chumbo?
-No, no, lo tenia bien guardado, pero se le notaba.
-Y capaz que era un cana, aca vienen muchos.-Peña quiso tranquilizar el ambiente, pero José, metido en su chaquetita bordó no se animaba a soltar lo que tenía.
-No, no eran de acá.-Fue cortante, comenzaba a ponerse ansioso
-¿Cómo sabes?-La tuteada y el trato por usted se alternaba desde siempre en las conversaciones de Peña con el mozo.
-Porque ya he andado preguntando, son catamarqueños.-Hizo una pausa.-Por lo menos el que parecía cana.
-Y dale, ¿que pito tocan?
-Mierda que sos lento changuito.-Había comenzado a levantar la taza y los platos, cuando Peña se dio cuenta que el nerviosismo no era tal, si no un movimiento corporal que traducía noticias malas relacionadas con su jefa, o tal vez con él, o quizá con ninguno. A Peña se le transformó la cara.-Yo no le he dicho nada doctor.
-No, no.-Juan se reclinó en su sillón, agarró las llaves de su auto y clavó la mirada en una esquina, su corazón latía más rápido y notaba como comenzaba a transpirar. José seguía pasando su trapo amarillo por el escritorio.
-Lo anoto en la cuenta suya doctor.
Por la misma puerta que entró José se fue, llevando platos y dejando incertidumbre.


Comenzando el año jaja

adooooooooououolfo