11/1/11

Costumbres

Otra vez las mañanas calientes, las veredas angostas, tan angostas que los colectivos te peinan con los retrovisores y los que andan en bicicleta te clavan los manubrios en el hígado. Ana estaba abitundose al bullicio, al calor, a la forma de hablar, a las tormentas nocturnas, al olor de los desagües, a la lentitud que tenía la gente para moverse, incluso al saludo del revistero de cerca del hotel. Soñó por un par de segundos hacer su vida en San Miguel de Tucumán, atender la joyería, que las nenas vallan al Santa Rosa, oler jazmines y azahares, comenzar a decir he ido en vez de fui, me he bajado en vez de bajé.
Le extrañó de sobremanera sus periódicos cuelgues, algo en el aire la hacia soñar, algo en el aire la ponía en ese estado onírico-conciente, que le dejaba cruzar calles sin que la atropellen, pero que la desviaba del porque estaba en Tucumán y no entrando a su oficina de Belgrano.
-La costumbre.-Dijo en voz alta caminando todavía por la 25, sin decidirse por ir al departamento de Arturo o al hotel a dormir. Sacudió la cabeza disimuladamente, suspiró y lo llamó a Juan.
-Juancito, Ana Koch te habla.
-Hola Ana cómo está.-Contestó al tercer tono el secretario.
-Bien, con algo de sueño.
-Ya somos dos, noche agitada.
-Ni me lo digas.-Suspiró, pensó en que estaba hablando demasiado lento, pero no le importó.
-Justo estaba por leer el testimonio de Marcela Romano, la empleada del señor Koch.
-Ah.-Se limitó a responder, seguía el sueño, seguía el cuelgue, se sintió distante de todos, hasta de ella misma.
-¿Está bien Ana?-Preguntó preocupado Juan.
Movió otra vez la cabeza, inhalo profundo, su cerebro le pedía aire para funcionar.
-Si, si, disculpá.-Hizo una pausa.-No se ni para que te llamo.
-Es la costumbre.
-Es lo que pensé.
-Si, no te conviene acostumbrarte Ana. Disculpá que te lo diga así.-Juan le pareció derrotado, el pendejo se le parecía, por eso lo llamó, quería escucharse a ella misma.
-Quiero irme al carajo.-Iba mirando detrás de sus anteojos de sol los naranjos de la Plaza Independencia, caminaba por la calle San Martín, sintiendo el vapor que levantaban las baldosas, secándose del chaparrón de la noche anterior.
-Yo ya te he dicho, no te lo tendría que haber dicho, y menos repetírtelo ahora.-Peña le hablaba al oído lento, con la voz grave, no susurrando, pero si bajo.
-Era mi papá, tengo que hacer esto.
-Yo tengo que hacer esto Ana, la Justicia tiene que hacerlo, vos tenès que seguir con tu vida mujer.-Tosió una vez aclarándose la voz.- Mirá, hoy es jueves, como a las ocho andá al frente de la Casa de Gobierno.
-¿Querés verme?
-No, quiero que mires la gente que va a estar ahí a esa hora, y que penses no en ellos, tampoco en los muertos.
-Voy a ir.-Se paró en la esquina de la Laprida y 24 de Septiembre, había caminado media cuadra más para cruzar por esa esquina. Miró de reojo la Catedral.-Si, quiero verlos.
-Me está entrando otra llamada, hablamos en un rato. Disculpá.
Ana no llegó a decir chau cuando su teléfono ya no la comunicaba con nadie.
-Tiene razón pensó, sabe de perdidas.
Sintió en las piernas, el fresco aire que salía por la puerta abierta de la farmacia por donde pasaba.


a acostumbrarse pero no del todo. QUE SALTES AL VACIo Y QUE NO VUELVAS NUNCA :D

1 comentario:

(andrea) dijo...

Sencillamente, genial.