29/8/12

Galerías

Se levantó pasado el medio día con un poco de resaca. Si no fuera porque los de la recepción habían llamado a su cuarto informándole que le habían dejado un sobre no se despertaba más. Sabía que dentro del sobre estaban las llaves de Arturo, entonces se puso en pie, se lavó la cara y los dientes. Suspiró cuando se sentó en el inodoro por ver en el espejo las ojeras enormes que tenia. Miró el reloj y pensó en comer, pero tenia ganas de llegar al local lo antes posible, así que solo retiró el sobre en recepción y en el primer kiosco que cruzó compró una barrita de cereal y una botella de Ser y las comió en el camino, envuelta en el calor aplastante y el sol que quemaba como una braza. Por las ojeras no se sacó sus Jackie-Ohh, pero sintió un enorme alivio al entrar a la galería por la entrada de la Mendoza. Los negocios estaban aun abiertos, pero con poca gente, poca en comparación de la cantidad de personas que caminaban por los pasillos, claro, cortaban por las galerías para por lo menos tener unos cuantos metros sin sol y calor. La galería se había modernizado un poco, era algo lógico, no se podía seguir como en los primeros noventas, que fue el tiempo en que Ana entró por última vez, pero recorrió con paso seguro el camino hacia el local escondido en la panza de la manzana cortada por pasillos y locales.
-Por lo menos está limpio.-Dijo cuando vio el local con las luces apagadas.
La vidriera estaba aceptable, se veían unas luces dicroicas, exhibidores modernos, sobrios y vacíos, de Rolex, Tag, Omega.
-Todo en la caja fuerte.
Hurgó en su cartera y sacó el manojo de llaves que fueron de su viejo, como una docena juntadas por un llavero tipo moneda, plateado y gastado que tenia un dibujo de las Islas Malvinas y alguna frase. Sacó el candado, abrió la puertita de la persiana y despues la puerta de madera con un buen blindex. La alarma soltó un pitido y una luz que le indicó donde estaba el tablero, se acercó e introdujo su fecha de cumpleaños.
-¡Sabia!-Festejó cuando la alarma se desactivó.
Prendió las luces y sus sentidos se aclimataron al salón de ventas: el mismo mostrador marrón, los mismos terciopelos en el mismo lugar, el sillón de cuero marrón a un costado, la calculadora Olivetti casi tan amarilla como la recordaba y el olor a jazmines que nunca se iba del negocio en verano. Lo primero que hizo fue cerrar por dentro la persiana y despues la puerta, ahora se sentía segura, sin miedo, Ana era una mina practica, no creía en fantasmas y la nostalgia no la noqueaba porque el lugar, así como su viejo, parecían de otra vida, parecían algo así como un viejo cliente, alguien con quien compartió, vivió, se cruzó su vida, pero no mucho mas. Miró a su alrededor y vio el equipo de música, lo prendió y comenzó a cantar Edith Piaf bastante distorsionada.
-A quién mas que a Edith.
No se sorprendió tampoco, su viejo era como un buen reloj, andaba y no dejaba de andar, aunque lo golpees, mojes o le acerques un imán, las agujas seguían marcando las horas, minutos y segundos, los engranes corriendo, el ancora en su lugar, la rueda de la corona estable y la espiral bien enrollada, así era la vida de Arturo una maquina de rutinas, pulcritud y silencio.
-Por algo eras milico viejito.
Abrió la puerta de atrás, la que daba al taller, prendió los floresentes y se dio con la limpieza y orden que sabia que encontraría. Tocó el banco de trabajo bastante gastado, miró las cajas donde se guardaban herramientas del año del pedo y que quizá en el país solo Arturo y un par de tipos más sabrían usar o tal vez solo nombrar.
-¿Qué carajo hago con todo esto?
Desacomodó la lupa de escritorio y cuando giró vio la caja fuerte, parada, verde y sobria. Descolgó el cuadro con un collage de fotos viejas y atrás encontró el papel con la combinación de la caja.
-Mañas del abuelo.
Giró la perilla poniendo los números y cuando terminó dio media vuelta a la manija, sacó un par de decenas de relojes y los fue acomodando en el banco. Se pasó varias horas mirando los relojes, limpiándolos, tratando de encontrar el lugar a las herramientas. A la hora de la merienda habló al numero que indicaba el cartelito del teléfono como “BAR” y pidió un jugo de naranjas y un tostado. Mientras finiquitaba la comida separó un Omega de acero para su esposo, se llevó un Cartier para ella y le sacó un Longines con la malla de cuero para Peña. Juan le caía bien, había llegado a la conclusión de que era un pendejo adorable, de los que se encuentran poco…un huérfano. Solitario, loco, excéntrico, pero querible.
-A veces el instinto sale de la nada.- Pensó cuando buscaba alguna caja para los relojes.- Soy como ese chiste de Mafalda con el cochecito.
También le espió un poco la notebook que estaba en el taller de la parte de atrás del local. El Windows inició normalmente, sin ninguna contraseña. Arturo tenia de wallpaper una foto de él con otros milicos en Soledad. Ana esperaba encontrar algo raro, pero no había nada extraño, en su casilla de mail había solo un par de notificaciones por la finalización de la publicación de algunos artículos “en la mira” en su cuenta de Mercado Libre, resúmenes de su American Express y dos o tres mails de algunos amigos, que habrían sido cartas de vivir en otra década. Se frustró un poco al no encontrar ningún mail encriptado, alguna pagina porno gay o algo del Mosad, por lo menos de la SIDE, pero no: Swatch Group, American Express, Mercado Libre, planes de salud nuevos de la IOSE, Gral. Alfredo Romero Viña, un par de New Setlers de Rolex, Timex, Casio. Nada más.
-Pobre Juan, va a perder tiempo cuando vea la computadora aburrida esta.
La galería agonizaba a medias luces y conserjes con escobillones. Ana tuvo la sensación de haber vuelto en el tiempo ahí dentro, todo era viejo, solo estaban abiertas las joyerías y un par de negocios que vendían ropa formal para hombres, negocios que son anacrónicos, son como piedras, a simple vista un traje es el mismo hoy que en los ochenta y las joyerías manejadas por vejetes seguramente que vendían cosas tan viejas como ellos, tan viejas como Edith, tan viejas como los relojes que tenia en su cartera.

1 comentario:

Gabriel dijo...

Bien chango...
La cantidad de veces que te veo en la calle jaja. El otro día ibas por la crisostomo y 9 de julio, si no me equivoco, cargado con bolsos.